jueves, 4 de noviembre de 2010

El Inquisidor de Torquemada

He querido investigar un poco más acerca de este personaje que resultó tan importante en la Inquisición. He encontrado un artículo perteneciente al magazine del periódico El Mundo, que se llama La Revista , escrito por José Manuel Fajardo. Me ha parecido interesante por lo que os lo dejo aquí escrito:

Fue un hombre que marcó su tiempo y los que le sucedieron, pero cuya vida privada fue siempre oscura y recatada. Místico e incorruptible, fue el causante de la muerte de miles de seres humanos y de la tortura de muchos más. Creó la máquina de represión religiosa y política más eficaz de la historia: la Inquisición española. Su legado de intolerancia y fanatismo ha llegado macabramente vivo hasta el siglo XX.

Tomás de Torquemada había nacido en el seno de una noble familia castellana en el año de 1420. Los reinos de la península Ibérica conocieron durante aquellos años una agitación sin precedentes que estuvo marcada por tres grandes acontecimientos: la disputa con Portugal por la corona del reino de Castilla, la histeria colectiva antijudía y la consolidación del proyecto político de alianza de los reinos de Castilla y Aragón desarrollado por los Reyes Católicos. Sin la confluencia de esos acontecimientos, quizá la vida de Torquemada hubiera seguido siendo simplemente la de un religioso más. Pero no fue así.

Tomás de Torquemada ingresó joven en la Iglesia como miembro de la orden de los dominicos, en el convento de San Pablo, en Valladolid. Y en las oscuras soledades de la vida de monje desarrolló su carrera eclesiástica. Por fin, mediada la década de los 70, fue nombrado prior del convento de Santa Cruz, en Segovia.

UN MÍSTICO

El historiador Houillon describe a Torquemada como "un hombre místico, despegado de las contingencias de este mundo, muy estricto tanto consigo como con los demás, e incorruptible". Sin embargo, su nombramiento de prior demostró que había una tentación contra la que no sabía resistirse: la del poder. Un poder que le permitiera llevar a cabo las aspiraciones de su fanatismo religioso.

Desde el año 1474, la ciudad de Segovia se había convertido en una pieza clave del reino de Castilla. Entonces, la princesa Isabel se había hecho coronar reina de Castilla al amparo del gobernador del alcázar de la villa, don Andrés de Cabrera. Segovia era el bastión político de Isabel la Católica y por ello no tuvo nada de raro que el nuevo prior del convento de Santa Cruz se convirtiera pronto en confesor del secretario y tesorero de la reina, don Hernán Núñez de Arnalt.

Pero si Segovia fue la ocasión, el fanatismo religioso de Torquemada venía de antes. Tomás no era el primer miembro de su familia que sentía la llamada religiosa. Su tío, Juan de Torquemada, era cardenal, pero su origen era judío converso. La constante presión que sufría la comunidad judía había acabado acarreando la conversión al cristianismo de casi la mitad de los 400.000 judíos que habitaban en España. Ese parentesco con conversos espoleó la obsesión del joven Tomás por lograr la pureza religiosa.

Ciertamente, muchos de los judíos conversos debían su nueva religión al miedo más que a la fe y su cristianismo era poco ortodoxo cuando no claramente fingido. Por otra parte, la envidia y la codicia de muchos cristianos viejos les animaba a buscar cualquier defecto en los nuevos cristianos y a seguir hostigando a los judíos que aún no se habían convertido.

Para ello, obtuvieron del papa Sixto IV la bula para crear una nueva Inquisición, a imitación de las que ya se habían autorizado antes, a fin de perseguir las conductas heréticas de los judíos conversos. De ese modo, los judíos pasaron a sufrir una doble presión. Los convertidos corrían el riesgo de caer en manos de la Inquisición y los que seguían siendo judíos sufrían las violencias de los cristianos viejos.

En 1482 se puso en marcha la Inquisición española, pese a los esfuerzos en contra del anterior confesor de la reina, fray Hernando de Talavera, y Tomás de Torquemada fue nombrado inquisidor general. Tomás de Torquemada pasó a ser también el nuevo confesor de la reina que, según el cronista Juan de la Cruz, le escogió porque "fue informada de su prudencia, rectitud y santidad". Ese nuevo cargo hizo que la opinión de Torquemada pesara decisivamente sobre la reina. Torquemada fue una de las pocas personas que se atrevió a amonestar a los Reyes Católicos. No tuvo empacho en forzar a la reina a atender asuntos que él juzgaba de importancia incluso cuando estaba ésta en trance de parir y, enterado en otra ocasión de las ofertas económicas que hacían los conversos para evitar su persecución, se presentó ante los reyes con un crucifijo y les espetó: "Señores, aquí traigo a Jesucristo, a quien Judas vendió por 30 dineros y le entregó a sus perseguidores; si os parece bien, vendedle vosotros por más precio y entregadle a sus enemigos, que yo me descargo de este oficio; vosotros daréis a Dios cuentas de vuestro contrato". Y dejándoles el crucifijo abandonó el palacio.

La misión, pues, que los reyes encargaron a un hombre tan riguroso como Torquemada era la de definir los objetivos y organizar los métodos de la nueva Inquisición. Fue Torquemada quien convenció a los Reyes Católicos de la conveniencia de que la nueva Inquisición dependiera solamente de la Corona y no del Papa.

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