lunes, 27 de diciembre de 2010

Las mujeres en la guerra



No hay notícias de mujeres sublevadas. Sí, en cambio, ya en el 19 de julio se vieron mujeres con fusiles. La estampa de la miliciana, con su mono azul y su gorro cuartelero, ha sido abundantemente reproducida, heroficándola los suyos, y denostándola los enemigos.
En el bando nacional la mujer desempeñó los papeles de enfermera, asisten social y similares. Ninguna de ella llegó a la vanguargia, excepto en las hospitales de campaña; mientras que en muchas ocasiones, las republicanas si se encontraron en primera línea de combate disparando.
Esta diferencia se debió, posiblemente, al distinto concepto social que se tenía de la mujer en las ideologías enfrentadas.
Destacaron:
- En el bando nacional: Pilar Primo de Rivera y María Rosa Urraca Pastor.
- En el bando republicano: Dolores Ibárrubi, Margarita Neiken, Federica Montseny...


lunes, 20 de diciembre de 2010

Canciones.

Cancion del bando republicano.
La siguiente cancion reivindica los derechos de los obreros

HIJOS DEL PUEBLO


Hijo del pueblo, te oprimen cadenas,
y esa injusticia no puede seguir;
si tu existencia es un mundo de penas
antes que esclavo prefiere morir.
En la batalla, la hiena fascista.
Por nuestro esfuerzo sucumbirá;
y el pueblo entero, con los anarquistas,
hará que triunfe la libertad.
Trabajador, no mas sufrir,
el opresor ha de sucumbir.
Levántate, pueblo leal,
al grito de revolución social.
Fuerte unidad de fe y de acción
producirá la revolución.
Nuestro pendón uno ha de ser:
sólo en la unión está el vencer

Cancion Falangista:
La siguiente cancion corresponde a la época reconstructora, despues de la guerra, por parte de los vencedores.

HIMNO DEL TRABAJO

Con el rumor de la faena,
ritmo febril de mi taller,
formo el latido de la vida
a una nación que vuelve a ser.
Tiendo la vela de aventura,
que hay otro mundo que encontrar;
siembro la flor junto a la espiga
y se hacen versos en mi hogar.
Soy nacionalsindicalista,
creo en las leyes del amor.
¡Basta de obrero envenenado
y de patrón explotador!
Soy la Falange del trabajo,
para que el bien triunfe del mal;
soy la alegría y la justicia,
y soy la España imperial.

Cancion nacional.
Esta cancion exalta la figura del legionario diciendo lo valiente que es

NOVIO DE LA MUERTE

Nadie en el Tercio sabía
quién era aquel legionario
tan audaz y temerario
que en la Legión se alistó.
Nadie sabía su historia,
más la Legión suponía
que un gran dolor le mordía
como un lobo el corazón.
Cuanto más rudo era el fuego
y la pelea más fiera,
defendiendo su Bandera,
el legionario avanzó.
Y sin temer el empuje
del enemigo exaltado,
supo morir como un bravo
y la enseña rescató.
Y al regar con su sangre la tierra ardiente,
murmuró el legionario con voz doliente:
Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera.
Soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.
Cuando al fin le recogieron,
entre su pecho encontraron
una carta y un retrato
de una divina mujer.
Y aquella carta decía:
"...si Dios un día te llama,
para mí un puesto reclama,
que a buscarte pronto iré".
Y en el último beso que le enviaba,
su postrer despedida le consagraba.
Por ir a tu lado a verte,
mi más leal compañera,
me hice novio de la muerte,
la estreché con lazo fuerte
y su amor fue mi Bandera.

Paris homenajea al fotografo Agustí Centelles.

París homenajea al fotógrafo Agustí Centelles.
París homanejeó a este hombre con la exposicion: "Diario de una guerra y de un exilio, España-Francia, 1936-1939" La muestra propone un recorrido por las experiencias del periodista gráfico durante la Guerra Civil española, hasta su traslado al campo de internamiento de Bram en 1939.



Agustí Centelles.

Como hemos dicho en la entrada anterior, Agustí Centelles fue el padre del fotoperiodismo en España.
Este hombre tiene una amplia biografía, podemos destacar de él que, en 1937 fue responsable de los Servicios Fotograficos del Comisionado de Propaganda, en 1939 la derrota de la Republica le llevo al exilio en Francia, en 2007 exposicion en Madrid : "Las vidas de un fotografo", en 2009 exposicion en Paris : "Diario de una guerra y de un exilio, España-Francia 1936-1939" y por último, tambien en 2009 exposicion en Barcelona: "El campo de concentracion de Bram, 1939". Estas exposiciones se hicieron como homenaje al fotografo.





























Estas son dos fotos.

El Día Gráfico.


Este diario es de tendencia republicana, apareció en 1913.
La estructura de este diario era muy diferente a los demás, estaba dividido de diferente forma, este en las primeras páginas nos mostraba la informacion local, luego los deportes y los espectaculos, y en segundo lugar la informacion regional, la informacion nacional, y finalmente la informacion internacional. En las paginas centrales estaban la informacion gráfica y los cuentos semanales.
Al estallar la Guerra Civil las ediciones tenian menos paginas y fotografias por la progresiva restriccion de papel.
Los reporteros gráficos comenzaron a practicar una nueva formula de reportaje independiente. Uno de los fotografos que destaco fue Agusti Centelles.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Exposicion sobre la Guerra Civil.


En 2007, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en Madrid se hizo una exposicion de "Revistas y Guerra 1936-1939", en esta exposicion se incluyeron publicaciones periódicas y otros documentos procedentes de mas de 20 colecciones privadas y públicas. Esta ha sido la primera exposicion que estudio el papel que jugaron los artistas en las revistas de la Guerra Civil.

En esta imagen podemos observar un cuadro de la exposicion.



Esta es una de las revistas de la Guerra Civil


Memoria de Grupo semana 15 diciembre

Irene Gregorio Couso:

La Intervención Italiana:
Italia fue la primera nación que intervino en la Guerra Civil Española. El principal
interés que tenia Mussolini en el conflicto era que creía que así podría convertir de nuevo
 a Italia en una nación "grande, respetada y temida" y creía que la mejor manera de
 conseguirlo era extendiendo el fascismo por Europa. Sin embargo, también quería
 reforzar su poder político y militar en le Mediterráneo, y así contrarrestar la hegemonía
Inglesa en dicha zona y disminuir la influencia francesa en África del norte.
Y finalmente, con esta intervención, Italia estrecharía lazos con Alemania y tendría
oportunidad de mostrar su gran potencial militar
Además de a la Aviación Legionaria, Italia también envió al Corpo Truppe Volontarie
 (CTV) para apoyar al bando sublevado. Este estaba compuesto por 140.000 soldados aproximadamente.
Esta ayuda fue muy importante para el bando franquista, ya que en el momento de
 su llegada durante los primeros días del conflicto bélico, eran muy limitadas las zonas
que controlaba el bando nacional y, además, la Armada y la Fuerza Aérea eran fieles
 a la República.
Por otro lado, Italia también envió suministros a puertos portugueses que posteriormente
eran trasladados a España por tierra.
Finalmente, también intervino la Marina Italiana, aunque fue algo puntual, cortando los
 suministros a la República durante el primer mes del conflicto.
Todos estos combatientes permanecieron en España casi desde el comienzo del conflicto
hasta el fin de este.


Alba Cordón Rodrigo:

La guerra civil, inicialmente, no fue provocada por algún conflicto internacional, como puede darse en otros casos, aunque sí fue uno de los conflictos que mayor repercusión internacional tuvo en el siglo XX. La guerra civil civil estalló por razones exclusivamente internas. A lo largo se los años posteriores a la guerra se han intentado dar muchos factores como causas básicas para intentarlo esclarecer. Algunos lo atribuyen a la lucha de clases, el rechazo de la derecha política a aceptar reformas, así como la conspiración e intervención internacional.
A pesar de que atribuyen la lucha de clases como un factor importante en el conflicto, la lucha de clases ya existía de antes, y en 1936 no era más aguda que la que había en 1917, es más, probablemente estas serían menores que las de una generación anterior.

Aunque la situación política, económica y social del siglo anterior influyeron en dicha guerra, 3 factores fueron las causas inmediatas de la Guerra Civil:
  1. La negación del gobierno republicano de izquierda a frenar ese proceso y hacer cumplir la constitución, por miedo a perder el poder.
  2. El estallido de un violento proceso prerrevolucionario en la primavera de 1936.
  3. la determinación de una pequeña parte del Ejército a intervenir en una insurrección de máxima violencia que derrocaría al Gobierno e impondría un nuevo régimen.

El establecimiento de un Gobierno republicano de izquierda minoritario tras las elecciones de febrero de 1936 generó una situación política ideal y una autorización legal para una ofensiva continuada por parte de los movimientos revolucionarios durante la primavera y el inicio del verano de ese año.
El proceso revolucionario abarcó diferentes formas de acción: incendios premeditados; incautación de propiedades; huelgas masivas; infiltración en las fuerzas de seguridad; control y falsificación de nuevas elecciones, y violencia política generalizada.
A pesar de esto, la ofensiva prerrevolucionaria no originó por sí misma la Guerra Civil. Ninguno de los grupos revolucionarios tenía un plan inmediato para tomar el poder, es decir, hasta el más prominente de ellos,esperaba simplemente provocar una revuelta militar débil.
El gobierno esperaba que la ola prerrevolucionaria pronto acabara. De hecho, si las fuerzas de oposición de la derecha hubieran estado dispuestas a someterse a varios meses de desorden y agresión, habría existido alguna posibilidad, al menos, que el Gobierno ganara su apuesta.
El tercer factor fue la decisión del Ejército de declararse en rebelión armada. Esto fue decisivo para desatar la Guerra Civil. Los oficiales estuvieron divididos durante meses y la mayoría era reacia a rebelarse. Ellos sabían que una revuelta militar era una empresa desesperada sin garantía de éxito. Hasta el propio Franco rehusó comprometerse largamente. Como muchos otros, no podía comprender por qué un Gobierno de "partidos burgueses" estaba poco dispuesto a imponer la ley y hacer cumplir la Constitución.
El asesinato de Calvo Sotelo se convirtió en el catalizador por la manera en que tuvo lugar. El acontecimiento adquirió tanta influencia porque un líder de la oposición parlamentaria había sido secuestrado en su casa por fuerzas de seguridad del Gobierno e inmediatamente asesinado, lo que dramatizó la extrema politización y subversión de las funciones de seguridad bajo los gobiernos republicanos de izquierda.


Patricia Almendro Rodriguez:

La propaganda comercial y política de finales del siglo XIX nació como consecuencia de las innovaciones técnicas en el arte de la impresión y de las nuevas necesidades de la sociedad industrial. La propaganda política se adaptó a las nuevas técnicas anunciadoras, incluso con más suerte que la publicidad comercial en Europa.
En este arte destacaron pintores, cartelistas netamente puros, grafistas, fotógrafos, dibujantes, innovadores..., y en el saber profesional, destacaron principalmente los esforzados oficios de la impresión, sobre todo litógrafos, oficio preciado en su época dónde los hubiera. l cartelista pintaba, dibujaba o componía su cartel en el estudio, una vez acabado lo llevaba al taller, y un dibujante litógrafo lo copiaba a las planchas, comenzando entonces la verdadera impresión.
 El cartelismo en España por los festejos taurinos y patronales, destacando talleres residentes en Barcelona y Valencia. Con el correr de los tiempos, todas las ciudades importantes contaron con talleres de impresión de carteles, y el cartelismo de toros y fiestas patronales alcanzó un nivel de gran producción, hoy en día es imposible separar una corrida, de su cartel anunciador.
Con la llegada de la Primera Guerra Mundial y la posterior Revolución Rusa, el cartelismo entra de lleno en la propaganda política, destacando el cartelismo aliado y el revolucionario ruso. Además, el cartelismo comercial se desarrolla enormemente en este periodo de entreguerras. Podemos decir, que en las tres primeras décadas del siglo XX, el cartelismo representa el soporte para la propaganda política y comercial. La revolución rusa, la ascensión del nazismo, las nuevas tendencias artísticas, el desarrollo y la producción de bienes de consumo, y finalmente la Guerra Civil Española, marcan la cumbre del cartelismo como forma anunciadora de ideas, actos y mercaderías, emparejándose con la ascensión de la radio y el cine como medios de propaganda comercial y política. Serán estos dos primeros, los fundamentales en la propaganda política de la guerra, alcanzando el primero su máxima expresión, precisamente en España.


Jia Fang Guo:

 
Esta semana ha leído el capítulo de los republicanos en los gobiernos de guerra, ha conseguido la siguiente información:
La presencia de republicanos fue constante en los gobiernos que se sucedieron durante el conflicto bélico, como José Giral y Bernardo Giner de los Ríos , se mantuvieron en todas las combinaciones gubernamentales.
El primero de los gobiernos constituidos por Largo Caballero , el 5 de septiembre de 1936,significó el cambio de hegemonía a favor de PSOE, que aportó cinco ministros, aparte de que Largo acumulaba a sus tareas presidenciales las del ministro de la Guerra Izquierda Republicana quedó reducida a tres ministerios sin relieve y Unión Republicana sólo a uno. La incorporación de dos ministros comunistas , que iniciaban así una colaboración gubernamental que marcaría profundamente la evolución política de los meses siguientes.
Mayor importancia , tuvo la formación del segundo gobierno de Largo Caballero , a partir del 5 de noviembre de 1936 , a él se incorporaron cuatro miembros del movimiento libertario.El PSOE ejercía un claro predominio numérico con cinco ministros , mientras que se mantenía el número de ministros republicanos , tanto de partidos nacionales― Izquierdas y Unión Republicana ― como de los representantes catalanes y vascos. Esto significaba un pequeño retroceso , habida cuenta la ampliación del número de plazas de ministros en en nuevo Gobierno.
En octubre de 1937, a comienzos de la guerra , había sido fusilados 28 diputados en la zona republicana , y estimaba en el doble la cifra de los que lo habían sido en el bando nacionalista . Estos ministros y representantes republicanos tenían una influencia muy escasa en la marcha de los acontecimientos políticos. Bernardo Giner de los Ríos , que fue ministro de Comunicaciones en todos los gobiernos , aparece en los diarios de Azaña empeñado en la construcción de un ferrocarril que hubiera solucionado el problema del abastecimiento del Madrid sitiado . Azaña manifestaba sus reservas sobre la capacidad de gestión del ministro de Unión Republicana. Tampoco estaba Azaña cegado por la pasión partidista cuando , ante las quejas de algunos correligionarios por el cese de Julio Just como ministro de Obras Públicas en mayo de 1937 , anotaba :!Como si hubiéramos perdido a Colbert¡
El Gobierno constituido por Juan Negrín en aquella fecha significó un profundo cambio en la trayectoria política seguida hasta aquel momento , pues la salida de los ministros libertarios fue generalmente interpretada como un intento de cerrar el ciclo revolucionario que se había desencadenado a partir del 18 de julio de 1936.
La represión era un elemento ordinario de la vida española de aquellos días y Azaña anota muchas noticias que afectaban a personas de su entorno político . En julio de 1937 se refería amargamente al fusilamiento en Teruel de un diputado de Izquierda Republicana y del presidente provincial del partido en la misma provincia.
Tampoco en la parte del territorio leal al Gobierno de la República la situación era completamente satisfactoria para estos políticos de la izquierda burguesa , que se sentían distanciados de algunas de las nuevas formas que había tomado el poder en el bando republicano.


sábado, 18 de diciembre de 2010

El tren de los 40 días

Con esta entrada quiero mostrar algo de la guerra civil, aunque un tanto insignificante, que aún se conserva en mi pueblo: Estremera.
Situación: A comienzos de la guerra civil en 1936, Madrid se encuentra rodeada por las tropas franquistas. Especialmente resultaba terrible para la república el corte que habían hecho en sus comunicaciones con Valencia, de la que se traían alimentos.
Por ello, Bernardo Giner de los Ríos, ministro de Comunicaciones, se encargó de redactar el proyecto de construcción del tramo Torrejón de Ardoz-Tarancón por Mejorada del Campo, Pozuelo del Rey, Villar del Olmo, Orusco, Estremera, Fuentidueña, Belinchón y Tarancón. 134 kilómetros que se hizo (dice la leyenda) en 40 días, aunque en realidad fueron muchos más.
La precipitación hizo que la obra fuera bastante pobre (con material reutilizado de otros tramos) y unos porcentajes a menudo excesivos.
Esto hizo que, terminada la guerra, se dejara de utilizar y se desmantelara.










Estación






¿Por qué España ofrecía la mayor parte de movimientos revolucionarios en el mundo entorno a 1936?

 España se ajustaba a la teoría clásica de la revolución, la cual establece que esta no estalla en los países más pobres y míseros, sino en aquellos que han alcanzado un cierto nivel de desarrollo y conciencia política. Lugares que han experimentado un período de mejora rápida pero que súbitamente pasan por un tiempo de depresión o frustración política, que llega a ser menos tolerable a causa de las expectativas acrecentadas que se han suscitado en la etapa de desarrollo precedente, todo lo cual produciría una explosión.
Esto es lo que ocurre exactamente en España en la década de 1930.

El poema de la semana

El crimen fue en Granada A Federico García Lorca 
Se le vio, caminando entre fusiles
por una calle larga,
salir al campo frio,
aun con estrellas, de la madrugada.
Mataron a Federico no oso mirarle a la cara.
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos

Todos cerraron los ojos ;
rezaron : ni Dios te salva !

Muerto cayó Federico
- sangre en la frente y plomo en las entranas -
... que fue en Granada el crimen
sabed - pobre Granada ! - en su Granada !
Se les vio caminar...
Labrad, amigos,
de piedra y sueno, en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llora el agua,
y eternamente diga :
el crimen fue en Granada ! en su Granada !
                                                                                  Antonio Machado

¿Quién fue Carlos II?





Carlos II fue el el único varón legítimo del rey Felipe IV. Carlos II padeció a lo largo de su vida frecuentes catarros, desarreglos intestinales, raquitismo, sarampión, varicela, rubeola, viruela y una más que segura impotencia.
Hasta los 4 años no consiguió ponerse en pie y sólo pudo caminar a los 6 años. No consiguió que su lenguaje fuera inteligible hasta los 10 años y sólo un año después acometió la lectura y la escritura, actividades que, según parece, nunca fueron de su agrado ni llegó a dominar. Cuando ya tenía 25 años, el nuncio papal relataba en uno de sus informes a la Santa Sede que el rey no podía estar derecho a menos que se apoyase en una pared, en una mesa o en otra persona.
Sus contemporáneos acabaron por achacar todos estos males a cierto hechizo que había recaído sobre el monarca, llegando a poner nombre y apellidos a los culpables de tal encantamiento. Nosotros, que reconocemos el encanto literario que el sobrenombre de el Hechizado da a la penosa vida de Carlos, creemos más bien que todo virus o bacteria que visitaba la Corte encontraba refugio en su endeble naturaleza.
La obsesión de los Austrias por los matrimonios entre familiares y un mal entendido principio de legitimidad en la sucesión a la Corona posibilitaron que este hombre, cuya única afición conocida fue la de frecuentar la pastelería de palacio, llegara a reinar. Su reinado, en cuyo gobierno el monarca no tuvo participación alguna, no fue ni mejor ni peor que el de sus antecesores inmediatos y su mayor proeza fue la de estampar la firma en el testamento que abriría las puertas de España a los Borbones y a la Guerra de Sucesión. Pero de todo esto ya hablaremos cumplidamente  otro día.
El día 1 de noviembre de 1.700, a los 38 años de edad, Carlos II moría después de semanas de agonía. Dos días después se le practicaba la autopsia, de la que el Marqués Ariberti filtró que “no tenía el cadáver ni una gota de sangre; el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta; los pulmones, corroídos; los intestinos, putrefactos y gangrenados; un solo testículo, negro como el carbón, y la cabeza llena de agua”.
Modernas investigaciones han concluido que Carlos II padecía el síndrome de Klinefelter.

DOS TESTIMONIOS DE LA GUERRA CIVIL

Habitualmente tenemos muchos testimonios a nuestro alcance sobre la Guerra Civil Española, pero pocos de extranjeros que llegaron a España por una causa que creían tan importante como para dejar su vida por ella si fuese necesario. Miles de personas de muchas partes del mundo sintieron esa necesidad. Sin embargo, me gustaría mostrar el testimonio de dos personas, Renzo Lodoli, un italiano fascista, y Theo Francos, un francés que defendió la causa republicana.

Dos personas, que a pesar de su diferente ideología, se jugaron su vida, como ya he dicho antes, por una causa que a sus ojos era la correcta. Combatieron en un país que no era el suyo, vieron morir a compañeros y a enemigos, salvaron su vida y vivieron para contar su experiencia.


Renzo Lodoli





Fascista de familia católica y padre militar. Nada más concluir su carrera de ingeniero se alistó como voluntario en el Ejército italiano y marchó a Abisinia. A su vuelta, decidió unirse a la División Littorio para combatir en España al lado de los nacionales. Llegó en 1937 y permaneció en el frente hasta que el fallecimiento de su madre en agosto de 1938 le obligó a regresar. Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, se alistó de nuevo en el Ejército Italiano donde permaneció hasta que en 1946 volvió a la vida civil para trabajar como ingeniero. Es fundador del Movimiento Social Italiano, un partido de extrema derecha. Hoy en día sigue manteniendo el ideario fascista y visita anualmente España en compañía de otros excombatientes.


"Mi madre y mi esposa tenían ascendencia austriaca, de modo que, cuando me preguntan de dónde soy, contesto que soy un italiano bastardo. Nací en Venecia porque mi padre era oficial de marina. De niño recorrí toda Italia con él. Luego volví a Roma y estudié en el Politécnico. Cuando empezó la guerra de España tenía 23 años. Era ingeniero pero todavía no estaba trabajando. Acababa de regresar de África de luchar en Abisinia como miembro de un batallón de estudiantes voluntarios. Todos nosotros éramos fascistas. En aquel entonces todos los italianos eran fascistas. Había una organización de universitarios fascistas, de donde posteriormente surgirían los más antifascistas.

Llegué a España con un regimiento de la División Littorio, en un barco que no tenía nombre ni nacionalidad. Se la habían borrado. ¡Era un barco fantasma! Llevábamos los uniformes caquis de las tropas coloniales italianas, sin grados, sin emblemas, sin nada. Salimos de Nápoles y tardamos cinco días en llegar a Cádiz. No sé por dónde pasamos. Al llegar, nos pusieron grados y emblemas y una boina negra con una estrella de cinco picos. Teníamos, como los alféreces provisionales españoles, una hombrera de paño negro con una estrella de oro. A los alféreces, nos pusieron dos estrellas blancas de plata. No llevábamos bandera italiana ni nada semejante. Llevábamos una bandera negra, con una cinta italiana y otra española.

Nada más llegar nos mandaron quince días a Jerez de la Frontera, donde nos facilitaron un carné de falangista y otro de requeté. De allí nos trasladamos a Guadalajara. Fue horroroso, ya que allí, nuestro Estado Mayor se equivocó en todo. Estábamos a mil y pico metros de altitud, había mucha nieve, hacía mucho frío y no estábamos bien equipados. Los soldados, por ejemplo, no teníamos guantes. Mi general pidió guantes. ¡Llegaron en junio! Algunos compañeros murieron de frío. Había una única carretera, la carretera de Francia. Viajábamos en una fila de autocares que ocupaba toda la calzada con lo que si un autocar se paraba, toda la columna de coches se tenía que detener detrás. Fuimos al bosque de Brihuega, y ahí nos dijeron: «Aquí está el frente». Había anochecido, nevaba. Los italianos de las Brigadas Internacionales habían avanzado 40 kilómetros hasta Torija e intentaban tomar el pueblo. Nosotros éramos más fuertes, pero ellos eran más. Nosotros éramos 40 batallones de infantería, pero 33 eran banderas, es decir, batallones ligeros. Ellos tenían 44 batallones de infantería, 90 carros rusos de combate y la aviación. Nuestros aviones se habían visto obligados a permanecer en la base, que estaba en Soria, porque llovía y había mucho barro lo que les impedía despegar. Sin embargo, los aviones rojos sí salían, porque se encontraban en los campos de Madrid, donde disponían de varias pistas de asfalto. Resistimos lo que pudimos y luego retrocedimos hasta Almadrones.

Los rojos tardaron en avanzar dos o tres días. No sabían que nosotros habíamos retrocedido. En el campo no había casas. En la meseta de Castilla no hay apenas casas. Nuestra posición estaba muy próxima al palacio de Ibarra. Era un palacio muy hermoso, decorado con numerosos cuadros, pinturas y alfombras. Cuando una de nuestras banderas llegó al palacio, dijeron: «¡Oh, aquí nos quedamos!» Llevábamos una semana conviviendo con la nieve, la lluvia y el barro de manera que los compañeros no se lo pensaron y se pusieron a descansar allí. Entonces fueron atacados por las Brigadas Internacionales. Murieron casi todos. Fueron sorprendidos mientras dormían, ¡una cosa horrorosa! Es mejor olvidar. Los rojos, después, sepultaron a los suyos y, a los nuestros, los arrojaron a una fosa común que todavía no se ha encontrado.

Estábamos obligados a entregar los prisioneros a los nacionales en un plazo de 48 horas. Los fusilaban a todos. Los españoles eran de paredón fácil. De un bando y del otro. Nuestras divisiones estaban llenas de prisioneros. Casi todos eran gudaris vascos. A muchos les pusimos el uniforme italiano para salvarles la vida. Hubo un capitán republicano que combatía en el frente de Santander que fue hecho prisionero y sabíamos que si lo entregábamos lo iban a fusilar. El comandante del regimiento de artillería le puso un uniforme italiano y ese hombre hizo toda la guerra con nosotros como topógrafo. Incluso fue condecorado con una medalla de bronce por detectar un depósito de municiones. Cuando acabó la guerra y volvió a su casa, lo detuvo la Guardia Civil y fue condenado a muerte. Gracias al embajador italiano pudo salvar la vida, aunque tuvo que estar preso durante algunos años.

Al principio, los españoles nos llamaban cobardes, porque cuando avanzábamos, íbamos de un árbol a otro, o de una piedra a otra, mientras que ellos avanzaban en línea recta, con la bandera y el crucifijo de los requetés como escudo y al descubierto. Aprendieron mucho de nosotros. A los italianos nos sorprendían muchas de las cosas que hacían. Por ejemplo, en el frente de Bilbao, en Orduña, había una peña que era defendida por unos requetés que tenían su casa justo debajo, en el valle. Todas las noches iban a dormir a su casa. ¡La guerra la hacían durante el día! ¡Los españoles combatían así! A la hora de la comida cesaban los tiros y después de comer proseguían. Y por la noche no combatían nunca.

En Guadalajara, con los rojos, estaban los italianos de la Brigada Garibaldi, que no hicieron nada. Decían que no querían que italianos combatiesen contra italianos, de modo que aunque la Brigada Garibaldi fue enviada al frente, apenas actuó. Iban en unos camiones con altavoces y nos gritaban: «Italianos, cabrones, tenéis que venir con nosotros. Somos los defensores de la libertad y de la democracia». Y cantaban Giovinezza. Eso era todo lo que hacían. Una noche, en Guadalajara, tuve que ir a tomar contacto con una bandera. Llovía. Cuando les encontré, estaban cantando Giovinezza y les pregunté: «¿Por qué cantáis esa canción? Sólo los rojos cantan Giovinezza». Era para confundir, ya que en el bosque no se sabía quién era amigo y quién enemigo. Además, los uniformes eran casi iguales, bueno, eso cuando había uniformes.

El primer rojo que murió en Guadalajara fue uno que se despistó y apareció en nuestras líneas. Se parapetó detrás de un árbol y empezó a disparar. Tenía una chaqueta de civil y un fusil. Los nuestros dispararon y cayó herido muy grave. Antes de morir se santiguó. Llevaba en la cartera estampas de santos y el carné de Socorro Rojo. Era un campesino de Ciudad Real. El primer italiano de mi bando que murió en Guadalajara, fue uno que durante la noche, como no había aseos, se alejó un poco; cuando volvió, un centinela le dio el alto y aunque él se identificó, el soldado le disparó. ¡Mira que durante el día disparaban y no acertaban casi nunca!, pero esa vez, de noche y todo, no falló. Estas cosas pasaban todos los días.

Posteriormente tuvo lugar la batalla de Levante. De mi batallón, fallecieron ocho personas y otros 17 quedaron mutilados o heridos. Yo pertenecía al Tercer Batallón del Segundo Regimiento de la División Littorio de voluntarios. Todos los italianos éramos voluntarios menos los oficiales y los generales del Estado Mayor, bueno, y los capellanes militares. El obispo castrense les decía: «Tú tienes que ir a España».Y se tenían que aguantar.

En Levante hacía un calor terrible. Un día, una vez terminados los combates, me encontraba hablando y fumando en un búnker con mis soldados, cuando un balazo entró por la ventanita. Yo tenía las piernas en alto, y esa bala perdida me atravesó una pierna. Fue horroroso. ¡Esa fue mi heroica herida! Los soldados me decían: «¿Teniente, qué tiene?» El disparo me había reventado una vena. Tuve que retirarme con el caballo de mi comandante, porque no podía caminar. Pero no fui al hospital, me asistieron allí. No podía marcharme, ya que sólo quedábamos seis oficiales. Habían herido al comandante del regimiento y matado al comandante del batallón. Esa fue mi única herida. En otra ocasión, me dieron en el casco, otra en la mascara antigás, otra en la manta... Decían que tenía suerte. Después de la batalla de Levante volví a Italia porque murió mi madre. Posteriormente intenté volver, pero ya no me dejaron.

En octubre de 1938, las Brigadas Internacionales fueron disueltas y abandonaron los frentes. También regresaron a Italia los diez mil voluntarios nuestros que llevaban más tiempo en España. Tanto en la batalla de Cataluña como en las siguientes no hubo ya extranjeros combatiendo con el bando rojo. Cuando se produjo la victoria final, mi división se encontraba en la zona de Logroño. Después, muchos italianos se casaron con chicas de la zona. La convivencia con los españoles había sido buena. Lo que más esfuerzo nos costaba era el aceite. Teníamos que hacer dos ranchos: uno para los españoles y otro para nosotros. A los españoles no les gustaba nuestro aceite y a nosotros no nos agradaba el aceite de los españoles. En Italia se comía mejor que en España.

Durante la Segunda Guerra Mundial, fui con mi regimiento de los Guardias del Rey a Croacia, Eslovenia y Dalmacia y posteriormente me enviaron a la Escuela de guerra de Turín, donde permanecí seis meses. Luego estuve en Sicilia como oficial del Estado Mayor y pasé los últimos meses de la guerra en Francia. Después participé en la República Social Italiana y concluí con un año de calabozo y dos procesos en los tribunales. En total hice diez años de guerra, desde octubre de 1935 hasta noviembre de 1945. Después me dediqué a la ingeniería. También fui uno de los fundadores del Movimiento Social Italiano, un partido de extrema derecha. Hoy sigo escribiendo en periódicos y libros, pero ya no estoy activo en la política. Fui candidato a diputado en 1948 cuando nadie quería serlo.

A mí no me gustan las guerras pero, en mi opinión, la guerra de España fue la única que tenía un motivo real, ya que no se trataba de una guerra por el poder, contra los ingleses o los alemanes. Esta fue una guerra en defensa de nuestra civilización. El comunismo empezó a ser derrotado en España. Fue su primera derrota. Este fue el motivo por el que acudimos a España casi todos los italianos. Claro que, entre los ochenta mil que fuimos, estaban los que les había dejado la novia, los que tenían problemas económicos, los aventureros que iban por el mundo de guerra en guerra... Había uno en mi división que se llamaba Ferrari. Había sido condecorado con tres medallas de plata en la Primera Guerra Mundial y tenía tres promociones por méritos de guerra ¡Y era capitán! ¡Había sido degradado en dos ocasiones!

Me preguntan muchas veces por qué vine a España y yo respondo: «Soy católico, procedo de una familia católica, estudié ocho años en un colegio de jesuitas y no me gustaba ver que mataban a tantos curas ni tantas iglesias destruidas. Ni que el señor Azaña anduviera diciendo: "España ha dejado de ser católica"». Esa era una de las razones. Otra es que soy italiano. Y el interés de Italia era que en España existiera un gobierno, si no igual, sí semejante al italiano y no comunista, desde luego. Otro motivo es que soy fascista y esperaba que el franquismo fuera fascista. No lo fue, pero eso nosotros no lo sabíamos entonces. Franco adoptó la boina roja, el Cara al sol, el saludo romano y poco más. Y por último: yo no soy demócrata. No creo que el 51 % pueda decidir lo que quiera en contra del 49 %. Y tampoco soy liberal."


Leo Francos

Hijo de trabajadores españoles emigrados a Francia, vivió siempre en Bayona. Militante comunista desde los 16 años. Al comienzo de la guerra viajó a Madrid para luchar con el 5º Regimiento y, más tarde, con la XI Brigada Internacional, donde ejerció de comisario político. Al retirarse las Brigadas Internacionales, continúo la lucha en el Ejército republicano y fue hecho prisionero. Fue a parar al campo de concentración de Miranda de Ebro. En 1940 logró salir del país y se unió a los aliados como paracaidista. Intervino en las batallas más importantes de la Segunda Guerra Mundial. En Holanda fue capturado y fusilado sin éxito. Aún tiene una bala alojada en el cuerpo, junto al corazón. Hoy sigue siendo comunista y antifascista.



"Siempre he vivido en Francia, aunque soy hijo de españoles y nací en España. Mi madre decidió ir al pueblo a dar a luz para hacerlo en compañía de su familia. En el año 1909, por razones económicas, emigraron a Bayona, donde mi padre consiguió trabajo en una fragua. Allí fui al colegio hasta los doce años. Luego me contrataron para trabajar como camarero en un restaurante y dejé la escuela. A los 16 años, me afilié a las Juventudes Comunistas. Veía que el fascismo se estaba expandiendo por Europa y empecé a darme cuenta de que era importante estar dispuesto a luchar para evitar ese avance. La primera ocasión para actuar se me presentó en octubre de 1934. En Asturias se había producido el levantamiento obrero. Los trabajadores asturianos fueron salvajemente reprimidos. En las Juventudes Comunistas ayudamos a cruzar la frontera francesa a los que conseguían escapar. Les instalábamos dos o tres días en una pensión, les conseguíamos unos billetes de tren a París y les dejábamos en la estación de San Juan de Luz. Si se trataba de cargos importantes, les acompañábamos hasta París. En total conseguí pasar a unos treinta militantes clandestinos.

Cuando en España se produjo el alzamiento militar contra la República, yo me indigné. Me asustaba que el fascismo estuviera ganando posiciones tan cerca de nuestras fronteras. Sabíamos que el fascismo acabaría con la igualdad y con la libertad de los pueblos. En el caso de España para mí era aún más doloroso, ya que nos alegramos mucho cuando el Frente Popular ganó las elecciones. A los pocos días, tuve el deseo de combatir al lado de los republicanos. Este deseo no era compartido por mis dirigentes políticos. Yo no hice caso de sus órdenes y el 10 de agosto de 1936 llegué a Madrid, acompañado por un compañero de Biarritz.

En Madrid, me alojaron en un convento de los salesianos, en Cuatro Caminos y pasé a formar parte de las fuerzas republicanas españolas. En esos primeros momentos los extranjeros éramos, sobre todo, belgas y franceses. Muchos eran atletas que llegaron a Barcelona el 17 de julio para participar en las Olimpiadas Populares organizadas como respuesta al boicot a los deportistas antifascistas que había tenido lugar en los Juegos Olímpicos de Berlín. Juntos formamos una de las primeras centurias franco-belgas, llamada Comuna de París e incluida en el 5º Regimiento, fundado el 2 de agosto con la aprobación del Partido Comunista de España y que dirigía Vittorio Vidali, conocido como el comandante Carlos. Nos dieron un pantalón, una chaqueta y un fusil y nos mandaron a la sierra de Guadarrama. Nuestro primer combate tuvo lugar en el puerto de Somosierra. Cerramos el paso a las tropas del general Mola, que amenazaban con entrar en Madrid por el norte. Seguidamente nos enviaron a Talavera de la Reina, para evitar que los nacionales avanzaran hacia Madrid por esta vía.

Cuando se crearon las Brigadas Internacionales todos los extranjeros fuimos enviados a Albacete. ¡Una verdadera torre de Babel! Un total de 35.000 voluntarios de 54 naciones pasamos por allí. Yo me incorporé a la XI Brigada. La instrucción duró apenas quince días. El día 8 de noviembre participamos en el gran desfile de las Brigadas Internacionales. Sobre nosotros volaban los Moscas y los Chatos, que acababan de llegar de la URSS. Nuestra XI Brigada estaba a la cabeza del desfile y el pueblo de Madrid nos acogió de una manera inolvidable.

Nuestra primera acción fue la defensa de la Ciudad Universitaria. Fue un combate terrible, cuerpo a cuerpo, edificio por edificio y escalera por escalera. Tirabas un tabique y te encontrabas con un moro de frente. El primero que tiraba era el que se salvaba. Pasamos mucho miedo. Creo que fue algo parecido a lo que debió ser Stalingrado. Además, los aviones alemanes de la Legión Cóndor nos aplastaban con sus bombas, mientras las columnas de Yagüe nos atacaban por tierra. Perdimos más de un tercio de nuestros efectivos en estos combates, pero nuestra satisfacción fue que Franco no pudo cumplir su palabra de estar en Madrid para oír misa a finales de ese mes. Durante estos combates me hirieron por primera vez. Fue en el brazo izquierdo, por la metralla de una granada. Me mandaron a la retaguardia, a Elche. Allí pasé mi primera Navidad en guerra.

En enero de 1937, ya recuperado, me enviaron en prácticas de formación a la escuela militar situada en el cuartel de Portacelli, a 29 km de Valencia. Salí el 5 de febrero de 1937 con el título de comisario político de la brigada. Precisamente ese día, los franquistas lanzaron su ofensiva por el este de Madrid, en la zona del río Jarama. Y allí, con el lema de «No pasarán», luchamos para salvar de nuevo Madrid. Murieron unos tres mil Brigadistas. No dábamos abasto para introducir los cuerpos en las fosas. Todavía hoy tengo la imagen grabada en mi cabeza: todos esos brazos y esas piernas desperdigadas por el campo, descomponiéndose al sol. Fue horrible. A mitad de combate tuve que realizar una de las operaciones más arriesgadas de toda la guerra; fui casi hasta las líneas franquistas a buscar a un camarada americano, de la Brigada Lincoln, al que una granada había arrancado un brazo. Se trataba de un gran pianista. Para rescatarle, tuve que atravesar a nado el río Jarama que, por suerte, era bastante estrecho a esa altura. Fui tirando y arrastré como pude su cuerpo mutilado. Hace pocos años, en 1986, nos reencontramos en Madrid en el 50º aniversario de la guerra. Con su única mano, tocó las notas de El paso del Ebro, una canción que nos reconfortaba el corazón durante los días previos al combate. Fue increíble.

El 16 de julio de 1937 volvimos a entrar en combate. La batalla de Brunete fue una de las más duras. Los combates eran violentísimos y las temperaturas rondaban los 45 ºC. Era espantoso encontrarse sin agua en ese horno de fuego y metralla. Estábamos en primera línea con el 5º regimiento. Comenzamos muy bien. En los primeros momentos conseguimos ganar terreno, pero enseguida se frenó el avance porque nuestras tácticas militares eran insuficientes. Fue otra matanza. Después de Brunete tuvo lugar la ofensiva del Alto Aragón. Allí reinaba una gran confusión. Los anarquistas habían abandonado los frentes para montar sus colectividades. Nunca entendí bien a los anarquistas. Me asombraba ver a los que estaban en primera línea jugar partidos de fútbol con los franquistas en los momentos tranquilos.

Del 24 de agosto al 6 de septiembre se produjo la batalla de Belchite. Una vez más, nuestra intervención, victoriosa en un principio, se vino abajo por nuestras deficiencias en estrategia y táctica militar. No pudimos tomar Zaragoza. Después llegó Teruel. También allí los combates fueron terribles, pero esta vez debido a un frío siberiano intensísimo. Tanto, que los ancianos de la zona no recordaban algo igual. No estábamos equipados para soportar unas temperaturas tan bajas. Además nos acosaban los aviones Messersmitch alemanes, frente a los cuáles nuestros Chatos no podían defenderse. La situación no dejaba de empeorar. Estábamos bloqueados por la nieve. Numerosos camaradas tenían los miembros congelados y muchos murieron por esta causa. El 8 de enero entramos en Teruel. Fue una victoria efímera, porque los franquistas consiguieron reconquistar la ciudad el 22 de febrero.

A finales de febrero cubrimos lo que para los republicanos sería el gran acontecimiento de esta guerra: el paso del Ebro. En el mes de agosto todavía estábamos en la zona, en el pueblo de Corbera. Contábamos ya con 120.000 bajas. Fue la última gran batalla. En octubre de 1938 llegó, de manera súbita, la orden de que las Brigadas Internacionales nos debíamos retirar de España debido a un acuerdo firmado en Londres.

El 28 de octubre de 1938 se celebró en Barcelona el acto de despedida. La Pasionaria pronunció un discurso histórico y sus palabras se me quedaron grabadas: «Podéis marchar orgullosos. Vosotros sois la historia, vosotros sois leyenda. Sois el heroico ejemplo de la solidaridad y de la universalidad de la democracia. No os olvidaremos y cuando el olivo de la paz florezca, ¡volved a nuestro lado!» Yo no podía abandonar así al pueblo español. Decidí permanecer en España y me incorporé a la 65ª Brigada de choque del Ejército republicano. Fuimos hacia Andalucía y Extremadura. Los combates cada vez eran más difíciles. Madrid resistía, pero empezábamos a sentir que la victoria se nos escapaba de las manos. Luchamos en Cabeza del Buey, Don Benito, Pozoblanco, en el valle del Guadiana y en Villanueva de Córdoba.

En marzo de 1939 se produjo la retirada general hacia el puerto de Alicante, donde los dos últimos barcos debían partir. Nos juntamos millares de combatientes vencidos. Habíamos caído en una trampa. Los aviones italianos empezaron a bombardearnos y, más tarde, llegaron los tanques italianos. La desesperación llevó a algunos hombres a suicidarse tirándose desde el puerto a las rocas. Desmoralizado y vencido, me hicieron prisionero. Sufrí entonces la violencia salvaje de los franquistas. Me golpearon y, sin comer nada, me condujeron a la cárcel de Portacelli que, para colmo, quería decir «puerta del cielo».A todos los que ostentaban el cargo de comisarios políticos les introdujeron en un camión y desaparecieron para siempre. Por lo que a mí respecta, fui torturado. Nos hacían «la gota de agua»: Te atan en el suelo y hacen que una gota caiga sobre tu cabeza sin parar. Muchos se volvieron locos. Yo tuve suerte, pude resistir y conseguí camuflar el grado de comisario político. De allí me trasladaron al campo de concentración de Miranda de Ebro. Conseguí ocultar mi verdadera identidad y adopté la de uno de mis primos, François Pérez, que vivía también en mi misma calle y que había venido, como yo, para luchar junto a los republicanos. A él lo fusilaron en Tolosa y me transfirieron sus papeles al campo de Miranda.

En el campo, mi único pensamiento era evadirme. La primera ocasión se produjo cuando un grupo de polacos consiguió hacer un túnel que partía desde la capilla. Provocaron un cortocircuito con el muelle de una de sus camas y, gracias a eso, pudimos escapar 35 personas. Conseguimos llegar a la línea del ferrocarril. Los ferroviarios de Miranda nos ayudaron a subir a distintos trenes, pero yo no tuve suerte, me detuvieron y me trasladaron a una prisión de alta seguridad en Burgos. Allí me volvieron a torturar. Me metieron en una celda subterránea en oscuridad total. Allí estuve tres meses. Mis únicos alimentos eran un poco de pan y agua cada 24 horas. A la salida de esta «tumba» sufrí un violento 'shock' producido por la luz del día.

Después, me trasladaron de nuevo a Miranda. Unas semanas más tarde protagonicé una nueva evasión, esta vez a través de las alcantarillas. Fue repugnante. Caí en un pasaje muy difícil y quedé bloqueado durante algún tiempo pero, finalmente, conseguí liberarme y llegué a un pequeño curso de agua que facilitó mi huida. Una vez más fui detenido por la Guardia Civil y conducido de nuevo al campo de Miranda. Allí me golpearon generosamente y luego me enterraron hasta la cintura, a pleno sol, para recibir noventa latigazos. Acabé con la espalda en carne viva y, para colmo, me rociaron con vinagre. Me quedé inconsciente y no lo hubiera contado si mis compañeros no me hubieran sacado de allí y no me hubieran ido dando pequeñas raciones de leche condensada de las que suministraba la Cruz Roja Internacional. Me abrían la boca y me introducían un par de cucharadas. Así me fui recuperando. También mi familia sufrió las represalias de mi militancia. A un tío de mi mujer, Miguel San Miguel, le ataron a la cola de un caballo y le lanzaron al galope hasta que se desangró. El hermano de mi padre, Esteban Francos, alcalde de Fontihoyuelos, fue rociado con gasolina y quemado vivo en medio del campo. Y a cuántos prisioneros republicanos vi que les cortaron el puño, mientras les gritaban: « ¡A ver como saludáis ahora con el puño cerrado!»

Una vez recuperado, me integraron en una brigada de trabajo para la construcción del pueblo nuevo de Belchite. Nos alojaron en un convento en ruinas. Recibíamos berzas como único alimento. Finalmente, gracias a la intervención de la Cruz Roja, pude salir libre. A mediados de junio de 1940 y acompañado por un funcionario de la Embajada de Venezuela en Madrid me llevaron en tren hasta Irún para atravesar la frontera con Francia. Yo no sabía nada de la situación militar en Europa. Pensaba que volvía a casa para ver a mi familia y descansar. Pero no fue así. Llegué a Hendaya el 20 de junio de 1940.Allí me enteré de que la llegada de las tropas alemanas era inminente. Me había liberado de las garras del franquismo, pero me esperaban las tropas hitlerianas. Por casualidad, ese mismo día supe que algunos barcos polacos iban a partir desde el puerto de San Juan de Luz hacia Inglaterra. Tuve el tiempo justo, para proveerme de uno de sus uniformes y embarcar con ellos. Esto ocurrió el 21 de junio de 1940. El día 23 entrábamos en Plymouth. A partir de aquí comenzó otra nueva odisea.

Al llegar a Inglaterra me llevaron a la Escuela de Paracaidismo de Manchester. Allí nos formaron para las operaciones de sabotaje. En febrero de 1941, comenzaron una serie de operaciones y misiones en Noruega, Bélgica y, sobre todo, en la Francia ocupada. En febrero de 1942, el general Rommel ya había avanzado con sus tropas. Se habían producido los duros combates de Tobruk y los bombardeos de Trípoli. Así que nos mandaron al desierto de Libia. Nos lanzaron en paracaídas en la zona para volar una barrera y una central. En esta misión viví uno de los momentos más terribles y dramáticos de mi vida. Mi mejor amigo desde la guerra de España, mi gran compañero, Jacques Vidal, que era casi como un hermano para mí, fue gravemente herido por una ráfaga de ametralladora. Tenía diez o doce tiros en el cuerpo. Tuve que llevarle a cuestas durante más de 15 km a través del desierto. Él sufría horriblemente, y estábamos agotados. No debía caer vivo en manos del enemigo. Tenía una pastilla de cianuro, pero no tenía el coraje suficiente para tomarla y me pidió que le rematara. Tuve que hacerlo. No le deseo a nadie que tenga que pasar por lo que yo pasé en esos momentos. De los quince hombres que participamos en la operación, sólo siete alcanzamos las líneas inglesas.

A finales de 1942 se produjeron más misiones sobre la Francia ocupada y sobre Bélgica. En una de ellas tuvimos que atravesar Bayona de incógnito. Pasé por la calle Víctor Hugo, bajo la ventana de la casa de mi madre y no pude siquiera parar a saludarla. Desde allí, una mujer de San Juan de Luz me llevó en una ambulancia a una pensión. Tenía que pasar la frontera por mi cuenta, pero, una vez en España, me detuvo la Guardia Civil y me encontré de nuevo en el campo de Miranda, que ya había conocido en 1939. Era julio de 1942. Conseguí de nuevo evadirme, pero fui interceptado una vez más a un kilómetro de la frontera portuguesa. Paré en una casa a pedir agua y era de la Guardia Civil. ¡Otra vez de vuelta al campo de Miranda! Me volví a escapar en noviembre, esta vez con éxito, ya que conseguí pasar a Portugal y, desde el puerto de Setúbal, embarcar hacia Casablanca y, más tarde, hacia Inglaterra.

Al poco tiempo comenzó la campaña sobre Italia. Después de Sicilia y Montecassino entramos en Roma. Habíamos recibido la orden de dejar pasar primero a los americanos, pero la ignoramos y fuimos los primeros en poner la bandera de la Francia libre en la plaza de Venecia. Esto nos valió un mes de arresto. De las tropas americanas hubo algo que me sorprendió enormemente. Los comedores eran dobles para separar a los militares negros del resto durante las comidas. Este racismo me ponía malo.

Hacia el 15 de septiembre de 1944, me lancé en paracaídas sobre Arnhem, en Holanda. El enemigo nos rodeó al salir el sol y nos hicieron prisioneros. Entonces, a pesar de la convención de Ginebra, esperaron a la noche y, por grupos, nos llevaron delante de una fosa. Éramos 37 hombres. Fue el 30 de septiembre de 1944.Teníamos la fosa detrás de nosotros y las metralletas delante. En el momento en que me di cuenta de que nos iban a ametrallar, en unos segundos pasaron por mi cabeza las imágenes de mi madre y de las torres de la catedral de Bayona. Más tarde, oí el comienzo del tableteo de las metralletas y me dejé caer. Entonces se produjo el milagro. La bala que debía haberme tocado en pleno corazón fue amortiguada y desviada por una insignia metálica de paracaidista que llevaba en mi uniforme.

Gravemente herido, caí en la fosa junto a mis compañeros muertos. Los alemanes no nos remataron ni nos cubrieron de tierra y cal, sino que decidieron dejarlo para el día siguiente. Segundo milagro. Antes de su llegada, al alba, se produjo el tercer milagro. Una pareja de campesinos holandeses, gente muy valiente y, sobre todo, buena, pasó por delante de la fosa para empezar su jornada de trabajo en el campo. Eran de la Resistencia.

Sorprendidos, descubrieron la carnicería y, observando los cuerpos, vieron que uno entre ellos se movía todavía un poco. Era yo. Entre los dos me llevaron más mal que bien, gracias a que aún era de noche, a su granero. Yo estaba inconsciente y gravemente herido. Tenía la bala alojada en la base del corazón, al lado de la aorta. Pudieron encontrar un médico de la Resistencia que acudió regularmente a curarme. Esto tuvo para ellos un riesgo enorme. La mujer se hizo pasar por enferma para ocultar mi presencia y justificar la atención médica ante sus vecinos. Además de mi sufrimiento físico, la vida en el granero durante estos meses fue horrible, siempre sobresaltado al mínimo ruido y en un estado de ansiedad permanente. No solamente por mí, sino por la gente que me hospedaba. Todo esto duró tres meses hasta que por fin un avión de rescate vino a buscarme. Unas horas más tarde estaba en Inglaterra, para asombro general de mis compañeros, que me habían declarado muerto en combate. A los pocos días, a pesar de mi estado, volví a combatir. La misión era liberar la capital de la Alsacia. Los fragmentos de metralla de una granada enemiga me hirieron en las dos piernas. Con estas heridas concluyó mi etapa de paracaidista: 554 saltos y 2.500 horas de vuelo.

Me trasladaron al hospital de Biarritz y, más tarde, al hotel de las Termas Salinas hasta que estuve totalmente restablecido. No quise que avisaran a mi madre ni a mi prometida. No las había visto desde hacía nueve años y quería estar totalmente recuperado y en pie para llamar a su puerta y sorprenderlas. Eso fue lo que hice a finales de febrero de 1945. Me concedieron un permiso y aproveché para hacer una escapada con mi prometida a París. Volví al hospital con una semana de retraso.

Ella se convirtió mas tarde en mi esposa. Al contrario que mi madre, que llevaba ya luto por mí, ella nunca perdió la esperanza de volver a verme. Nos casamos en Bayona en el 46. La guerra había terminado, pero entonces comenzaron los problemas para acreditar mi identidad. Durante todos estos acontecimientos yo había adoptado muchos nombres: François Pérez, Pierre Elisalde, Pierre Cahier, Josef Soeniest y Joseph Dallet. Quisieron cobrarme por recuperar mi verdadera identidad, pero yo me negué desde el principio. Gracias a un diputado comunista amigo mío, se pudo arreglar y el 16 de julio de 1947 obtuve, por fin, mi verdadero nombre y la nacionalidad francesa.

En 1950 ya había retomado mi trabajo como camarero en Bayona. De pronto, un día, me llegó una notificación para que me hiciera la revisión médica para el servicio militar. Se lo comenté a mi amigo el diputado y lo solucionó todo una vez más. Hoy sigo yendo a algunas convocatorias y reuniones y me hago revisar cada tres meses la bala que todavía tengo alojada a tres milímetros del corazón, por si se desplaza. Nunca quise sacarla, me dio miedo. A pesar de eso, sigo fumando de vez en cuando en pipa. Y me encuentro bien"

jueves, 16 de diciembre de 2010

Algunas canciones de la Guerra Civil.

Puente de los franceses: fue una de las canciones que se hicieron.

Letra:
Puente de los franceses, puente de los franceses, puente de los franceses, mamita mía, nadie te pasa, nadie te pasa. Porque los milicianos, porque los milicianos, porque los milicianos, mamita mía, qué bien te guardan, qué bien te guardan. Por la Casa de Campo, por la Casa de Campo, por la Casa de Campo, mamita mía, y el Manzanares, y el Manzanares. Quieren pasar los moros, quieren pasar los moros, quieren pasar los moros, mamita mía, no pasa nadie, no pasa nadie.
Madrid qué bien resiste, Madrid qué bien resiste, Madrid qué bien resiste, mamita mía, los bombardeos, los bombardeos. De las bombas se ríen, de las bombas se ríen, de las bombas se ríen, mamita mía, los madrileños, los madrileños.

Si la bala me da:


Letra:

Si la bala me da,
si mi vida se va,
bajadme, callados
a la tierra.
Las palabras dejad,
es inútil hablar,
ningún héroe
es el caído.

De tiempos futuros
será forjador,
ansiaba la paz,
no la guerra.

Si la bala me da,
si mi vida se va,
bajadme, sin más
a la tierra.
De tiempos futuros
será forjador,
ansiaba la paz,
no la guerra.

Si la bala me da,
si mi vida se va,
bajadme, sin más
a la tierra.